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(1946-2007)

Nacido en Albacete en el año 1946, se instala pronto en Barcelona para estudiar la carrera de Náutica y después dirección teatral en el Instituto del Teatro.

Un día que asiste a una clase de escenografía en los subterráneos del Palau Güell, una dependencia entonces del Institut del Teatre, ve colgadas las marionetas de Harry Tozer, el maestro inglés instalado en Barcelona que en los años cuarenta y cincuenta dirigió una compañía aficionada de marionetas. Rescatadas del olvido por Joan Baixas y Hermann Bonín, estas sofisticadas marionetas sedujeron a Pepe Otal, que desde niño sintió ya la llamada de los títeres. Al saber que el señor Tozer impartía unos cursos en el mismo Institut del Teatre, se apuntó a los mismos de inmediato, para estudiar durante dos años sus complicadísimas técnicas de hilo.

Pero fue aquella una época de turbulencias “transitorias”, cuando España se disponía a cambiar de traje histórico, momentos vividos por algunos como potencialmente revolucionarios y aptos para aplicar nuevos modos de vida. Pepe Otal, sensible a los aires innovadores de los setenta, responde a la llamada del activismo artístico confundido entonces con el político, y en el año 1977, tras la muerte del dictador, funda su propia compañía: el Grupo-Taller de Marionetas.

Se instalan primero en un local de Gracia, y bajo la influencia de compañías como la estadounidense Bread and Puppet, que entonces visitaron España en varias ocasiones, actúan en la calle con marionetas grandes que representan a Fraga Iribarne, a la policía, al Presidente de los Estados Unidos… Despierta las iras de no se sabe qué grupúsculo de extrema derecha, que les quema el taller. Obligado a buscar un nuevo local, Pepe y su grupo se dejan caer por la Barceloneta.

En este barrio marinero y portuario de Barcelona se inicia la larga carrera artística de este grupo que en realidad funcionó como una escuela informal de títeres en la que se enseñaba la técnica de Tozer pero también muchas cosas más, con espectáculos algunos muy notables, como El Apocalipsis Según San Juan, que se vio en toda Europa, o El Circo, con el que se ganaban la vida actuando en la calle. Más tarde saldrán otros títulos emblemáticos, ya en su segunda época, todos ellos estrenados en el Teatro Malic, como El Gran Teatro del Mundo, Cuentos de Madera, Makoki y, posteriormente, la trilogía dedicada a la ópera con “Rigoletto”, “El Holandés Errante” y “Don Giovanni”.

Es importante saber que del taller de Pepe Otal surgieron titiriteros como Luís Fellini, Carles Canyelles, Jordi Bertrán, Josep Silvestre, Georgina Castro y Damiano Privitera, del grupo italiano Teatro Alegre, Jordi Pinar, Joëlle Nogués del grupo Pupella-Nogués, de Francia, y otros más jóvenes que empezaron más tarde sus carreras. Toda una escuela informal de titiriteros que dio (y sigue dando, aún después de muerto) unos resultados extraordinarios.

Como es bien sabido, tras su muerte en 2007, el taller de la calle Guardia, convertido en Casa-Taller de Marionetas de Pepe Otal, sigue abierto con el mismo espíritu de generosidad libertaria sabiamente conducido por jóvenes titiriteros que aprenden y continúan enseñando a nuevas generaciones de marionetistas.

Pepe Otal representa una figura singular y bastante excepcional dentro del mundo titiritero de Cataluña y de toda España. Su genuina apuesta por la marginalidad y por situarse fuera del sistema le franqueó no pocos problemas, obstaculizando a veces su trabajo creativo. Pero no cabe duda que este perfil rebelde fue también la causa de que se haya convertido en una figura casi mítica, en un Maestro admirado y respetado por toda la profesión.

Reflejaba Pepe Otal una dignidad y un porte de castellano viejo, de hidalgo manchego de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor, pero en su condición moderna, es decir, sin lanza, adarga ni rocín, pero sí con galgo, pues tuvo perro durante muchos años de su vida. Altivo y desdeñoso a veces, pero siempre atento a los amigos, valiente contra los enemigos, reservado y poco dado a la cháchara vacía, seductor cuando lo quería y sabio sobre las cosas de la vida, tales podrían ser las principales y para muchos las más impactantes características de Pepe Otal. Alguien que no se dejó llevar por los imperativos mercantiles de la época, que no se arrodilló ante las instituciones, que se burló de las exigencias de servitud de éstas, que fue capaz de defender el “no acabado” de los espectáculos (en una época dónde lo que más se valora son los “acabados”, es decir, la “forma”, la “pièce bien faite”: que no se rompa un hilo, que no falle el micro, que la música suene bien…).

Y es que Pepe Otal, cuando abrazó su vocación de titiritero, hizo unos extraños votos de “no ambición”, centrados en el trabajo abnegado del taller, como si fuera un monje artista y laico que ha hecho votos de pobreza y de marginalidad –aunque no de

castidad.
Pero para entender realmente la figura de Pepe Otal, hay que abordar otro aspecto esencial de su personalidad: su condición marinera. Se trata de una faceta fundamental que se combina con la de las marionetas y que otorga al personaje un añadido aventurero y dramático de altísimo voltaje. Para entenderlo, es necesario conocer el siguiente episodio.

Cuando salía una vez en solitario del puerto de Almería, embarcado en un velero que tenía la radio estropeada y con la sana intención de hacer una visita al Frente Polisario (una de sus obsesiones políticas del momento), vio a lo lejos a muchas personas que lo saludaban con los brazos en alto. Contento y animado por aquellas muestras de simpatía, puso rumbo al Estrecho de Gibraltar, sin sospechar que aquellos brazos no lo estaban despidiendo con signos amables, sino que le advertían de una tempestad anunciada para aquella misma noche en aguas del Estrecho, allí adónde se dirigía.

Y tal como las previsiones anunciaron, la tempestad estalló y la barquita de Pepe Otal recibió los embistes del viento y de unas olas contra las que era inútil luchar. Consciente de la situación, bajó velas y se ató al timón. Al cabo de cuatro días, ya medio moribundo, fue rescatado a tiempo por un barco de pescadores. Aquella larga convivencia con la muerte durante los días que duró la tempestad, fueron determinantes para el futuro marionetista. Según parece, la Muerte, vestida con sus atributos más vistosos, se le acercó y le dijo las siguientes palabras:

– Nadie puede huir de mí. Si me aceptas, la Vida y la Muerte te serán fáciles y suaves, se habrán acabado tus angustias, así como las miserias que sufren los humanos, y vivirás siempre inspirado bajo mi protección.

Por lo visto, él contestó que sí, pues a partir de aquel momento, la figura de la Muerte lo acompañó siempre, como si hubiera hecho un pacto de fidelidad y de devoción con el pálido personaje, que ha salido en todos y cada uno de los espectáculos de Pepe Otal.
Esta condición de “novio de la muerte” fue el salvavidas que lo mantuvo siempre a salvo de los peligros de la tentación burguesa, al vivificar el estigma de su marginalidad, y convertirlo en la figura única, tan sugerente como estrafalaria, de este artista mezcla de aventurero vocacional, torero, marinero y titiritero que fue Pepe Otal.

Toni Rumbau.

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